sábado, 31 de enero de 2015

El libro no es un púlpito

Escribir y leer son dos actos intrínsecamente morales, pero el foco de esas actividades, la obra, es amoral. Escribir y leer constituyen siempre acciones buenas; "buenas" en sentido nietzscheano, es decir, enriquecedoras al abrirnos a lo otro, al sacudir a nuestro yo comodón y adormecido, al predisponernos para la "sorpresa" (que según Aristóteles resulta condición primordial en el camino del conocimiento). 
 
El carácter "moral" (en el sentido específico que acabamos de acotar) del disfrute literario, es ajeno al contenido del texto. Insisto, desde un punto de vista literario, el texto es amoral: da igual que estemos leyendo "Las mil y una noches", "La Biblia", "Los Infortunios de la Virtud" o "La Familia de Pascual Duarte". Quien renuncie a leer las orgías incestuosas y crueles de un libro de Sade, lo hará por un prejuicio moral, pero nunca podrá escudarse en un enjuiciamiento literario. Si, de hecho, quiero contrastar el valor literario de esa obra, no podré basarme en sus implicaciones éticas, sino en su uso del lenguaje, en su retórica, en su dialéctica, etc. Del mismo modo, una crítica literaria de "Crimen y Castigo", debe dejar de lado su profundo cuestionamiento de la moral burguesa (que bien pudiera ser tratada, si acometiéramos una crítica filosófica), para centrarse en su valor literario. Si no, estaremos cayendo en el moderno vicio de tratar a las obras literarias como panfletos, obras de autoayuda o, aún peor, como catecismos.

Como ejemplo de lo dicho, baste un repaso somero a la literatura infantil y juvenil (especialmente a las colecciones enfocadas a las escuelas), para comprobar con tristeza cómo adquiere en ellas más relevancia su cuestionable riqueza en "valores cívicos", que la pobreza de sus argumentos o la negligencia de su lenguaje. Imagínese que a un niño se le quiere inculcar el gusto por la pintura, censurándole aquellos dibujos que a nosotros nos parecen escandalosos.

No debemos nunca presuponer que nuestros lectores (sean de la edad que sean) son bobalicones vulnerables en riesgo de descarrilarse si no nos esmeramos en subrayarles constantemente lo que está bien y lo que está mal.
 



jueves, 29 de enero de 2015

Las bridas del caballo: la sintaxis

 
 Las palabras se desbocan sobre el papel como caballos salvajes, incontenibles y atropellados. Nuestra afirmación, ya expuesta en otros Noctambularios, de que la literatura surge no de lo escrito, sino de la vuelta sobre lo escrito, se ratifica con la naturaleza mestiza de las palabras recién plasmadas sobre el folio: el resultado inmediato de nuestra primera tentativa de escritura son palabras que, si bien ya son de naturaleza escrituraria, desfilan todavía conforme a una sintaxis oral.

En un primer momento, lo que escribimos aflora en el mismo orden en que lo diríamos, pues de hecho el acto de escribir se acompaña de un soliloquio. Es preciso, en un segundo momento, la corrección sintáctica, o sea, la doma. No se trata de desnaturalizar las palabras, de castrarlas, sino de saber imponerles el paso, lograr cabalgarlas al trote o al galope, según convenga, y enseñarles cuál es su lugar.

La sintaxis aporta valor semántico; afecta al sentido del texto, al tono, al ritmo, a la tensión dramática... Usar frases cortas o largas, la ordenación de las subordinadas, la anteposición del sustantivo o sus atributos, etc, condiciona ineludiblemente el sentido de la obra, tanto o más que el léxico o el argumento. Recurriendo a una analogía pictórica, la sintaxis, para la frase y para el párrafo, vendría a sustituir, para el lienzo, a las líneas de fuga, la perspectiva y la ordenación de elementos dentro de la composición.

No es lo mismo empezar una frase describiendo un anochecer, y narrar luego la evasión de un criminal sanguinario, que redactarlo en orden inverso.
 
 
 
mipueblofuerteventura.es/presentacion-del-libro-lamour-la-merde
 
 
 



miércoles, 28 de enero de 2015

La verdad de la ficción literaria


 
En la obra literaria sólo hay verdad, por más que esa verdad no se pliegue a los dogmas científicos, morales, políticos, estéticos...Si no hay verdad en lo que escribimos, se nos muere. Si no hay verdad en lo que leemos, se nos torna ilegible. Y esa verdad no depende de que leamos o escribamos sobre una injusticia social o sobre las peripecias de Dorothy en Oz.
La verdad literaria es interna a la propia obra, se engendra en ella misma, y eso no la desvincula de nuestra cotidianeidad, sino al revés: en el orbe literario encontramos llaves que abren cerraduras de este mundo.
¿Cómo no van a permitirme el  Capitán Garfio, la tía Tula, don Quijote, el Señor Sommer, Ternardier, Max Estrella o Bernarda Alba descifrar mejor a mis semejantes, y a mí mismo? ¿Cómo no columbrar los engranajes del mundo y del ser humano con la lectura de "El Lazarillo de Tormes", "La Fundación", "El Bosque Animado", "La Noche que Llegué al Café Gijón" o "La Piedra Lunar"?
La ficción literaria (y toda literatura es ficción) alumbra las verdades del mundo.

martes, 27 de enero de 2015

Dejemos que los sustantivos ladren

 
 
Si, por ejemplo, escribimos "perro", dejémosle ladrar, escarbar y morder el texto, sin apresurarnos en emperifollarle con adjetivos. Si, por ejemplo, escribimos "casa", dejemos que el humo de su chimenea ahúme todo el párrafo. Con demasiada frecuencia acabamos por reconocer que nuestro desatino al adjetivar solo esconde la mala elección de un sustantivo. Acierta con el sustantivo, y siéntate a esperar: el "perro" te dirá si se conforma con perrear, o si además elige ser "inquieto", "amenazante", "somnoliento", "asilvestrado"...
 


La dimensión literaria


 
El grosor de un libro no se corresponde con la dimensión de la obra. La paginación es una propiedad del libro, en tanto que soporte físico, y varía en virtud de los caprichos del editor. Pero la obra, en sí misma considerada, ya nos estemos refiriendo a "Moby-Dyck" o al "Poema de Gilgamesh", se abre a una dimensión no mensurable cuantitativamente.
La dimensión de una obra, atendiendo exclusivamente a su valor literario, ha de resultar de la propia obra, de su potencialidad, de su estructura interna y de su desarrollo como ser vivo, y sólo así cabe tildarla de excesivamente larga o decepcionantemente breve. Una obra demasiado larga no será, pues, aquélla que rebase las mil páginas, sino aquélla cuya dimensión resulte inapropiada para su estilo, su intensidad, su desarrollo... Sólo desde esta perspectiva entenderemos que una obra resulte demasiado larga aunque no llegue a las cincuenta páginas, y otra adolezca de una excesiva brevedad aunque rebase las quinientas.
Valorar una obra por el número de páginas de su publicación, es como preferir una especie de flor a otra porque tenga más pétalos.

 
 


Los géneros literarios




En rigor, sólo hay dos géneros literarios: buena literatura y lo demás. El recurso a la categoría de género literario como calzador para asignarle a cada lector el libro que nos parece más idóneo, o como referencia para catalogar a cada autor donde corresponda, se reduce a un mero uso pragmático ajeno a la literatura como tal. Reducir “La Isla del Tesoro” a novela de aventuras, o "Drácula" a novela de terror, o "El Amor en los Tiempos del Cólera" a novela romántica, no es admisible. La pregunta manida y vaga "¿de qué va?" no puede abarcar en modo alguno la riqueza de una obra literaria, sin menoscabo de que dicha obra sea más o menos ágil, divertida, intrincada o densa.
La imposición acrítica de los géneros literarios suele acompañarse de una jerarquización de las obras y de sus autores según el género en que se engloben, otorgando invariablemente más valor a unos y a otros en la medida en que se les considere más o menos sesudos, más o menos complejos y, en general y de una forma un tanto enigmática, más o menos serios. Siendo así que la seriedad es un rasgo puramente subjetivo, y con mucha frecuencia proporcional a la idiotez del sujeto en cuestión, reto a quien sea para que calibre y compare la seriedad de un Huckleberry Finn, un Marqués de Bradomín, un Quijote, una Madame Bovary, un Cyrano de Bergerac, un Edmundo Dantés, un Aureliano Buendía, un Ivan Illich, un Licenciado Vidriera, una Alicia...


www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=299162
 


lunes, 26 de enero de 2015

Escribe rápido y corrige despacio



La escritura es un parto de urgencia. Pero luego hay que palmear al niño, oír su llanto, revisar su constitución, lavarlo, abrigarlo... La escritura es una fuga hacia adelante. Pero luego tenemos que volver sobre nuestros pasos. La escritura es un viaje de ida; la literatura es un viaje de vuelta. Quien escribe siempre es un Ulises, queriendo regresar a "eso" que ansiaba escribir, pero que no acaba de encontrar en lo que ha escrito.

sábado, 24 de enero de 2015

Escribe a mano


Debes sentir la presión del bolígrafo sobre el papel, el roce del canto de tu mano, cómo la blandura que sentías en un comienzo aumenta o disminuye según el número de folios bajo la hoja que emborronas, y cómo te tiembla la mano, y cómo la letra se agiganta o disminuye, se embravece o se apacigua semejante a un mar negro que a veces envuelves con todo tu cuerpo, como un niño  en la playa en torno a un hallazgo que le asombra y que aún no quiere compartir con nadie...