lunes, 2 de marzo de 2015

Leer dormido

Por más que uno quiera leer, a veces el sueño le vence. Pero sigue leyendo, más allá de la conciencia, como el amor  constante más allá de la muerte de Quevedo. Y la lectura genera entonces sinsentidos sobrados de coherencia, desplazamientos de lógicas diversas, distorsiones de espejos confrontados entre sí... Y uno se deja llevar por ese goce confuso y cierto, y lee y lee.
 
Hay ocasiones en que uno, cuando retoma la lectura de la víspera, no recuerda nada de las últimas páginas, y las revisa con el desasosiego de quien encontrase en su cama a alguien que sólo le resultase familiar.
 
Quién sabe qué lecturas, qué ultra-relatos fecundos y salvajes, se pierden para siempre entre las rendijas de nuestra vigilia.